El día
anterior había hecho una excursión corta pero dura, con una subida al final que
me mató, pero ese primer domingo de septiembre no tenía intenciones de
pasármelo en el sofá, así que me encaminé hacia la estación, con destino Basilea,
la única ciudad suiza medianamente grande que me quedaba por conocer.
El día
estaba muy nublado, pero la temperatura era buena y no había previsiones de
lluvia hasta ya entrada la tarde.
Comencé la
visita por la Fundación Bayeler, donde había dos exposiciones. La de Peter
Fischli & David Weiss terminaba justo ese día y, aunque reconozco el mérito de
ambos artistas para conseguir esos equilibrios imposibles, no me llenó
demasiado.
La otra,
con cuadros de Kandinsky,
Franz Marc y August Macke entre otros, me gustó más, pero ninguna
de las dos justificaba el precio de la entrada, unos 23 euros. Si, Suiza es muy
cara; el catálogo también se quedó allí por una cuestión de precio.
Mejor me
fue por la parte vieja de la ciudad.
Un
tranvía me llevó a la Markplatz, justo enfrente del ayuntamiento, que luce de
esta forma tan llamativa. Cuando Basilea se unió a la Confederación Suiza en
1501, la ciudad quiso celebrarlo con un gesto, por lo que el Parlamento
Cantonal decidió sustituir, sin reparar en gastos, el antiguo ayuntamiento por
este otro edificio, más grandioso y colorido.
Todo el
mundo estaba en las avenidas principales, de forma que el resto de la ciudad
parecía más un pueblo que otra cosa. Calles vacías y limpias, fachadas
interesantes y alguna que otra cuesta para castigar mis agujetas del día
anterior.
Me
acerqué hasta la puerta Spalentor y a la vuelta me di de bruces con unos de
esos patios cubiertos donde sirven cervezas. El lugar perfecto para sentarse
tranquilamente, con un libro y con una buena Feldschlösschen ámbar.
Como en
la Fórmula 1, de vez en cuando echaba un vistazo al radar de lluvia, ya que no
quería irme sin echar un vistazo a la catedral, pero tampoco quería mojarme, y
las nubes se acercaban peligrosamente. Calculé que me daba tiempo a echar un
vistazo rápido.
Fue
construida en estilo tardo-románico, pero un terremoto la destruyó en 1356,
siendo reconstruida ya durante el gótico. La piedra, arenisca, procede de los
Vosgos.
Ya no es
católica, sino evangélica. El claustro es principalmente gótico, aunque
conserva algunos elementos románicos.
No muy
lejos de ella podemos disfrutar de estas vistas del Rin.
Me
quedaron muchas cosas por ver para una próxima visita, y es que no fui en plan
turista con una agenda apretada, sino a pasar un domingo tranquilo, como un
suizo más. Espero volver pronto.